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Bajo un cielo despejado y con un sol brillante se despierta Quito, como si supiera que este día es un nuevo comienzo para aprender. En el norte de la ciudad, en el Colegio Andrés Bello empiezan las clases de alfabetización cada sábado a partir de las 8 de la mañana.

Dentro del aula de clases de esta unidad educativa se encuentran alrededor de 20 personas que no saben leer, ni escribir, entre ellos, dos hombres y el resto mujeres. 

Las clases empiezan con la pronunciación y el reconocimiento de las letras, para que luego, cada estudiante plasme sus conocimientos en un cuadernillo otorgado por el Ministerio de Educación que se divide en diferentes fases de aprendizaje.

Así como estas 20 personas que se reúnen en el aula de clase existen alrededor de 928 mil personas en el Ecuador que se encuentran en situación de escolaridad inconclusa.

La problemática de analfabetismo que se ha presentado en el país se debe a un proceso social y las circunstancias individuales por las que han atravesado estas personas que no han podido tener acceso a la educación. 

"Uno tiene que ser optimista, no pesimista para trabajar y estudiar", Luis Pozo

Es agricultor y tiene 61 años. Él nació en Playa Rica, un pequeño poblado ubicado al noroccidente de la provincia de Pichincha. Cuando Luis tenía 4 años se dedicaba al trabajo de campo, para ayudar a su padre, por esta razón no tuvo acceso a la educación

Al cumplir 12 años, Luis acudió a la escuela "Carlos Rivadeneira" que se encontraba en Meridiano, un pequeño pueblo de San José de Minas. En este centro educativo obtuvo los conocimientos de 1er y 2do grado. Tras fallecer su padre se dedicó por completo a la agricultura y entonces, se dio cuenta que debía culminar sus estudios. 

En 1982 se construyó la primera escuela en el pueblo natal de José. Y a sus 23 años recorrió un largo trayecto entre el lodo y charcos de agua para llegar a su centro educativo. Acudió a este lugar durante 9 meses para aprobar hasta el 7mo año de básica. Desde entonces decidió regresar a las aulas de clases en enero del 2018 con el objetivo de obtener su titulo de bachiller. 

Luis Pozo acude cada sábado desde las 8 de la mañana al centro de alfabetización para reforzar sus conocimientos y practicar la lectura, escritura y compresión de las palabras. Además, los días martes, miércoles y jueves por la noche asiste al centro educativo "Sixto Durán Ballén" para su proceso de post-alfabetización. Luis, asiste constantemente desde el año pasado a sus clases sabatinas, porque siempre refuerza su conocimiento, pese a estar ya en otro módulo de aprendizaje. 

"Es una emoción para mí ver que ella ahora puede escribir su nombre", María Machado

María Machado es una mujer de 65 años que acompaña cada sábado a su hija Mónica que tiene síndrome de down. La joven tiene 19 años y acude al centro de alfabetización porque a su madre le preocupa que no pueda desarrollarse cuando ella ya no esté. María dejó de trabajar cuando Mónica cumplió 8 años para dedicarse en cuerpo y alma a su hija.

Sus otros hijos le colaboran económicamente, sin embargo ella necesita una remuneración mayor para poder mantener a su hija. Por esta razón, se encuentra a la espera de ser beneficiaria del bono de desarrollo humano que otorga el gobierno, para poder recibir una reumenración mensual como ayuda por la enfermedad que padece su hija. 

María y Mónica ingresaron al centro de alfabetización en el mes de septiembre del 2018, María asegura que su hija ha presentado un gran avance, porque Mónica ya reconoce las letras y escribe su nombre.

Su hija acudió a varias escuelas para aprender, sin embargo no logró adquirir conocimientos por los métodos de aprendizaje que utilizaban con ella. María afirma que las profesoras de Mónica tan solo le enseñaban a rayar pan para que desarrolle la motricidad. Ahora en el centro de alfabetización Mónica aprende porque su maestra les enseña el reconocimiento de las letras y el deletreo. Por esta razón, madre e hija acuden cada semana al centro de alfabetización en el que María refuerza sus conocimientos y Mónica descubre el mundo de las letras y los números. Así, su madre se siente orgullosa del aprendizaje constante que ha tenido su hija.

El arte de aprender a través de un dibujo 

La esperanza de la educación

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En la ciudad de Latacunga nació Fernanda (identidad protegida) sin embargo, cuando tenía 5 años tuvo que viajar a Quito por sus condiciones familiares. Desde esa edad la madre de Fernanda la llevó a trabajar en una casa ubicada al sur de la ciudad en la que sufrió varios maltratos.

Por esta razón, cuando era niña no pudo acudir a la escuela, ya que en la casa en donde trabajaba se dedicaba a realizar labores domésticas. Su madre, era quien recibía el pago por su trabajo, pero en realidad lo que Fernanda deseaba era contar con la protección de ella.

El tiempo pasó y creció por lo que su patrona decidió inscribirle en un colegio nocturno de la capital. El centro educativo se convirtió en un espacio de angustia y preocupación para ella y con ello se empañó la oportunidad para aprender cuando aún era una adolescente. Fernanda comenta que no le gustó asistir a este colegio porque al ser ella una jovencita estuvo rodeada de hombres mayores que la perseguían para abusarla sexualmente. 

Con los duros golpes por los que tuvo que pasar Fernanda se fue formando como una mujer tímida, hasta que decidió abandonar la casa en la que trabajaba para construir su vida. 

Años más tarde, su vecina la motivó para acudir a un centro de alfabetización, pero Fernanda se limitaba y pensó que ya era tarde para aprender. Sin embargo, quiso adquirir nuevos conocimientos para superarse, ya que asegura tiene un teléfono moderno, pero no puede usarlo. 

Con su tono de voz dulce y sereno, Fernanda afirmó que está contenta de aprender a leer y a escribir, pues ahora puede hasta dibujar un pato cuando escribe el número dos. Aunque ella no conoce exactamente cuándo terminará su proceso de alfabetización, sonríe y dice: "ahora por lo menos puedo dibujar algo y por eso quiero salir adelante". Día con día nota que el cambio porque necesita aprender a leer y a escribir para defenderse por sí misma. 

"Mi profesora nos enseñaba a cocinar, por eso no pude aprender a leer y a escribir", María Orfelina Fernández

"Mi profesora nos enseñaba a cocinar, por eso no pude aprender a leer y a escribir", María Orfelina Fernádez

 

María recuerda que abandonó su escuela y se dedicó a trabajar en todo tipo de quehacer desde que tenía 6 años. 

Cuando llegó a Quito trabajó en una empresa de construcción cargando costales de cemento. Por esta razón, María tiene problemas en su columna y manos. Sin embargo, esto no fue impedimento para que años después  se motivará  a aprender a leer y a escribir.

Ella recuerda que una amiga le habló del centro de alfabetización y acudió al colegio, pero su aprendizaje se complica, ya que ella vive sola y no tiene quien le ayude en su casa para realizar las tareas de refuerzo. Mientras recibe clases, María participa y pone toda su atención en el pizarrón y el cuaderno para aprender. 

Despacio revisa sus apuntes y escribe lentamente su nombre aunque el camino el camino no ha sido fácil, ella asegura que se alegra por aprender, ya que ahora puede desarrollarse mejor en sus actividades cotidianas. 

 

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Al abrirse la puerta del aula de clase se encuentra sentada en el primer asiento una mujer de estatura pequeña y contextura delgada. En su rostro, pese a las arrugas por el paso del tiempo se refleja una cálida sonrisa. Así es, María Fernández una de las alumnas del proyecto de alfabetización en el Colegio "Andrés Bello". 

María, tiene 72 años y recuerda que nació en la provincia de Imbabura. Allí, ella asistió a la escuela, sin embargo su profesora solo le enseñaba a cocinar.

La esperanza de la educación

Beatriz Morán, siempre tiene una dulce sonrisa en su rostro, sin embargo, esto no siempre fue así. Beatriz acude al Colegio Andrés Bello para alfabetizarse y la analista encargada de supervisar este centro la describe como una linda persona, que cambió mientras ha avanzado en el proceso de alfabetización. 

Karla Mendoza, analista educativa del distrito, afirmó que Beatriz era una persona muy triste y apagada que casi no sonreía cuando empezó su proceso de aprendizaje en el centro educativo, pero que con el pasar del tiempo Beatriz se ha convertido en una mujer más segura. 

Al verla a los ojos, sonríe tímidamente y dice: "mis hijos me motivaron para que yo quiera aprender". 

Hace unos meses atrás los hijos de Beatriz habían visto en el transporte público, un anuncio sobre las ofertas de alfabetización. Al llegar a su casa hablaron con Beatriz y apostaron con su madre que debería alfabetizarse o ellos no irían más a la universidad. Así que Beatriz aceptó el reto. Ella se inscribió en un colegio cercano a su casa en el norte de la capital. Ella cuenta que, cuando era niña asistió a la escuela hasta tercero de básica, pero que su maestra le daba miedo y por eso ella no pudo aprender a copiar los dictados. Así que en su niñez solo logró aprender las letras básicas como las vocales y consonantes, pero seguir las lecturas se vuelve complicado para Beatriz. 

El aprendizaje de cada día es la esperanza para que ella pueda desenvolverse mejor en sus actividades. Además, afirma que el ocupar su tiempo con el estudio le ayuda a salir adelante para ser el orgullo de sus hijos. 

El camino del aprendizaje

Germania Morán es la profesora de la escuela de alfabetización del Colegio "Andrés Bello", ella trabaja desde hace dos años en los módulos de alfabetización y post-alfabetización porque es Licenciada en educación general básica. 

En este centro educativo dice que tiene alrededor de 25 alumnos a quienes recibe cada semana con la gran esperanza de transmitirles todos sus conocimientos para que ellos puedan desarrollarse y cumplir con su ciclo educativo. 

El grupo a cargo de Germania son el 90% mujeres. Pues para esta educadora significa un gran avance, ya que cree que el género femenino ahora se preocupa por educarse y salir adelante por si mismas para poder ayudar a sus familias. 

 

"Educar a personas con rezago educativo no es fácil" admite la docente, porque la concentración y memoria de las personas mayores no son las mismas que las de los niños le motiva que las personas tengan el deseo de aprender para superarse.   

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El Ministerio de Educación señala que alrededor de 670 mil personas se encuentran en condición de analfabetismo de acuerdo a las estadísticas que se han presentado en las distintas encuestas que ha realizado el INEC, pese a los programas que se han implementado para lograr una patria alfabetizada. 

Las huellas del olvido 

María Dolores García tiene 80 años con la mirada fija trae a su memoria la vestimenta típica de Cuenca, porque afirma que su padre la vestía así cuando tenía 3 años. Sin embargo, no tiene ningún otro recuerdo de su familia, ya que la secuestraron para obligarla a trabajar en los quehaceres domésticos en la casa de la señora que la raptó.

Así empezó una historia más sobre la explotación y la desigualdad educativa. María asegura que luego de haber sido secuestrada,la trasladaron a Azogues y tiempo después a Riobamba para que su padre no pudiera encontrarla. Desde entonces se dedicó a planchar, barrer, cocinar, lavar y coser.

Los patrones de la señora le prohibían salir a la calle o mirar por alguna ventana, por esta razón no pudo acudir a la escuela. 

María aprendió las vocales, porque una niña que vivía en la casa donde era explotada le enseñó, pero con esfuerzo solo reconoce la a,e,i,o,u si están en manoescrita, a lo que llama de la forma antigua. 

En el 2011 acudió a un programa de alfabetización que se realizaba como requisito para que los alumnos del bachillerato puedan obtener su título. María asistió a la campaña de alfabetización porque su nieta era su maestra y era quien la había llevado. Aunque con tristeza reconoce que no recuerda nada  de lo que su nieta le enseñó. María estuvo alrededor de 3 meses en el proceso de alfabetizarse, sin embargo desertó porque no podía memorizar sus conocimientos.  

La señora adulto mayor recuerda que antes le parecía más fácil desarrollarse en su entorno cotidiano, ya que para tomar un bus todos los conductores le decían la ruta que tomaba, pero que siempre quiso que sus hijos aprendan y que vayan a la escuela. Por ello su esposo era quien les ayudaba en las tareas. 

 

 

 

"A estas alturas, ya para qué" responde María al preguntarle si quisiera aprender, porque comenta que ya no tiene buena memoria. Cree que si antes no lo logró, ahora tampoco podrá hacerlo, porque se olvida todo lo que tiene que hacer en sus actividades diarias. 

Así también cree que no podrá memorizar las letras o la escritura de las palabras o al menos su nombre, por eso ya no le interesa aprender por lo que prefiere seguir con su vida tranquila. María cree que al menos intentó conocer el mundo de las letras y los números, pero que sabe las vocales y las puede reconocer siempre y cuando estén en manuscrita

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